La abrazaba la muerte, lentamente.
Le enseñaba su blanca calavera,
logrando –extraño ardid– que ella la
viera,
de redondeces plena. ¡Qué
incongruente!
Linda niña, mi amiga adolescente,
de ojos marinos y piel de primavera,
consumiéndose, al son de una quimera,
equivocando, en la guerra, lema y
frente.
Vive la sociedad su borrachera
de cánones vacíos, gesto furo,
y el ego prendido en la solapa.
El presente se muere en trinchera,
y sin mirar atrás, huye el futuro,
enjugándose el llanto con su capa.