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La Navidad tiene la
mirada triste,
el paso cansado
y las manos frías.
Olvidó su bufanda en
el banco
de las vanidades,
y aunque alguien le puso luces
sobre el pelo
y paquetes de
colores a los pies,
su corazón no tiene
la luz de antaño.
Pocos la miran a los
ojos,
porque pocos son
fieles
a su verdadera
esencia.
El viento huele a hambre,
dolor y sangre seca.
Sólo unos pocos ríen,
con los bolsillos
llenos.
Casi rendida, cierra
los ojos,
se sueña
desvestida de luces,
sentada junto a un
fuego
y rodeada de niños.
Va narrando un
cuento tras otro,
y los niños sonríen,
mientras sostienen
en sus manos,
un tazón de leche
caliente
y en sus corazones
toda la ilusión del mundo.